Policía se burla de un latino en la frontera — y se congela al ver su insignia…

Todo comenzó una mañana calurosa en la frontera entre Texas y México. Una larga fila de autos esperaba cruzar. Familias, trabajadores, estudiantes y entre ellos un hombre que parecía no encajar del todo. No por su aspecto, sino por la manera en que lo miraban. Su nombre era Emilio Vargas, un mexicano de rostro sereno con barba de tres días, gafas oscuras y una camisa ligeramente arrugada por el viaje.

Manejaba un auto sencillo, nada llamativo, con placas americanas. Parecía cansado, pero tranquilo. Hasta que se topó con el agente Wilks, un oficial fronterizo conocido por su actitud altanera y su poco disimulado desprecio por los latinos. Wick se acercó al auto con el ceño fruncido. Sin siquiera saludar, golpeó la ventana con dos dedos. Pasaporte o green car, dijo sin mirarlo. Emilio bajó la ventana con calma y ofreció su documentación sin decir palabra. El oficial la tomó con un gesto brusco.

Luego lo miró de arriba a abajo y soltó una risa entre dientes. Tú, americano. No me hagas reír, compadre. La fila detrás comenzaba a impacientarse, pero Wix parecía disfrutar tomarse su tiempo con Emilio. ¿A qué vienes? Vacaciones o se te escapó el coyote? Emilio no respondió, solo mantuvo la mirada. Tranquilo, imperturbable. Wix chasqueó la lengua. A ver, bájate del auto. Vamos a revisar tus cosas. Emilio obedeció sin quejarse. Otro agente se acercó para rodear el vehículo mientras Wix comenzaba a inspeccionar el maletero sin delicadeza alguna.

Lanzó una mochila al suelo, abrió un compartimiento secreto y encontró una pequeña caja metálica con un código. ¿Qué es esto?, preguntó en tono burlón. Emilio respondió con voz firme. Eso está clasificado. Will se carcajeó. Clasificado. ¿Y tú quién te crees, James Bond? Lo que Wilks no sabía era que estaba a segundos de arrepentirse de cada palabra. El agente Wilks sostenía la caja metálica con una sonrisa burlona, esperando ver a Emilio titubear, explicar, rogar. Pero no ocurrió nada de eso.

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