¡JEFE, SU MADRE ESTÁ VIVA LA VI EN EL MANICOMIO!— GRITÓ LA EMPLEADA AL VER EL RETRATO EN LA MANSIÓN

Señor, su madre está viva. La vi en el manicomio”, gritó Dolores con la voz temblorosa y los ojos llenos de lágrimas. El eco de sus palabras rebotó en las paredes altas de la mansión Montiel, donde hasta el aire pareció detenerse. Héctor Montiel, sentado junto al piano de cola, se quedó helado. El documento que sostenía en las manos cayó al suelo sin que lo notara. giró lentamente con el corazón golpeándole el pecho, intentando entender si lo que acababa de escuchar era real o una locura.

“¿Qué dijiste?”, preguntó con voz apenas audible. Dolor estragó saliva, el miedo y la emoción mezclándose en su garganta. “Lo juro por mi madre, señor, esa mujer del retrato es doña Josefa Montiel. Yo trabajé en esa clínica, señor, en la clínica San Miguel Arcángel. Limpiaba su cuarto todos los días, le llevaba agua y cambiaba sus sábanas. La escuchaba rezar su nombre cada noche. Decía, “Mi hijo Héctor toca el piano y un día vendrá por mí.” El silencio que siguió fue pesado, como si la casa entera contuviera la respiración.

Desde la escalera principal se escucharon unos pasos suaves. Jimena López de Montiel, la esposa de Héctor, apareció bajando lentamente, vestida de blanco, elegante, con un perfume costoso que llenó el aire, pero en sus ojos había algo más que curiosidad. Había alarma. “¿Qué está pasando aquí?”, preguntó con voz dulce, medida, como si temiera perder el control. Héctor no respondió. Seguía mirando a Dolores, intentando encontrar sentido en su mirada. La empleada sostenía el trapo entre las manos, nerviosa, pero decidida.

Yo no quería causar problemas, señor, pero no podía seguir callada, dijo finalmente con la voz quebrada. Señaló el retrato colgado sobre el piano. La pintura mostraba a una mujer de cabello gris y sonrisa serena. Doña Josefa, con el mismo collar de oro que Héctor recordaba haberle regalado en su último cumpleaños juntos. El corazón le dio un vuelco. Ese collar era imposible confundirlo. ¿Cómo puedes asegurar algo así? Murmuró más para sí mismo que para ella. Porque la cuidé, señor, respondió Dolores dando un paso al frente.

Yo la vi, la escuché, hablé con ella. Estaba viva, lúcida, triste, pero viva. Las palabras le atravesaron el alma. Por un instante, Héctor sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Jimena, que ya había llegado al último escalón, se acercó despacio y posó la mano en el hombro de su esposo. Amor, dijo con tono ensayado, “por favor dejes que una extraña te diga cosas así. Esa mujer debe estar confundida. Hay miles de ancianas en esos lugares que dicen cosas sin sentido.

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