Desesperada fui a la oficina del notario, sabiendo que me esperaban mi exmarido, su amante y su madre, que siempre odié. Pero cuando el notario leyó el testamento, “Señora Valenzuela, me alegra que haya decidido acompañarnos”, dijo el notario Gustavo Herrera con formalidad, mientras yo permanecía de pie con los brazos cruzados, sintiendo las miradas hostiles a mi espalda. “No me quedó otra opción, licenciado,”, respondí sin voltear. Aunque no entiendo qué hago aquí, ahora mismo lo sabrá”, contestó ojeando sus documentos.
Sentí un escalofrío. A mis espaldas, Javier, Camila y doña Mercedes esperaban como buitres. Podía sentir su desprecio sin necesidad de verlos. “Helena, por favor, siéntate de una vez.” La voz de Javier sonaba impaciente. Terminemos con esto rápido. Prefiero estar de pie, respondí secamente. Doña Mercedes soltó un bufido, siempre tan dramática. Me giré lentamente para enfrentarlos. Javier, con su traje impecable y esa sonrisa falsa que tanto conocía, Camila, su asistente y ahora amante, con ese ridículo pelo teñido de azul.
y doña Mercedes, la matriarca manipuladora, que siempre me hizo la vida imposible. Comencemos entonces, anunció el notario. Una semana antes, mientras revisaba planos en mi pequeño despacho de arquitectura, sonó mi teléfono. Era casi medianoche. Arquitecta Valenzuela. Soy el notario Gustavo Herrera. Lamento hora, pero es importante. Frunc el ceño. ¿En qué puedo ayudarlo? Se trata del testamento de don Ricardo Castellanos. falleció ayer y dejó instrucciones específicas para que usted esté presente en la lectura. Sentí como si me hubieran echado un balde de agua fría.
Don Ricardo era el padre de Javier, mi exmarido, el único miembro de esa familia que me trató con respeto. Debe haber un error, respondí. Hace un año que me divorcié de su hijo. No hay error, señora. Don Ricardo fue muy claro. La lectura será el próximo martes a las 10. Es importante que asista. Después de colgar, me quedé mirando por la ventana hacia las luces de Monteverde, ese elegante suburbio de la Ciudad de México, donde alguna vez creí que sería feliz.
7 años de matrimonio destruidos cuando encontré a Javier con Camila en nuestra propia casa. Al día siguiente llamé a Patricia. ¿Estás loca? Claro que tienes que ir, dijo mi amiga y abogada mientras tomábamos café. Si don Ricardo te incluyó, debe ser por algo importante. No quiero ver a Javier ni a su madre, mucho menos a esa mujer. ¿Sabes lo que me costó salir de ese matrimonio? Le mostré la cicatriz en mi muñeca. Recuerdo de cuando rompí un espejo tras descubrir la infidelidad.
Ya no quiero saber nada de los castellanos. Patricia me tomó de las manos. Elena, tienes 35 años y una vida por delante. Sea lo que sea, te dará un cierre. Si no vas, te quedarás con la duda para siempre. Doña Mercedes siempre me odió, murmuré. Desde el día que Javier me presentó me hizo sentir como si fuera poca cosa, porque ella sabía que vales más que toda su familia junta. Recordé mi primer encuentro con don Ricardo en una cena familiar.