El rumor se extendió como fuego por las calles empedradas de San Miguel de Allende, un pequeño pueblo colonial en el corazón de México.
La noticia era tan increíble que algunos se persignaban al oírla, otros reían con incredulidad, y unos pocos murmuraban con malicia.
—¿Escuchaste lo de doña Isabel de la Cruz? —susurró una mujer mientras colgaba la ropa en el patio.
—¿La viuda del doctor Ricardo? ¿Qué hizo ahora?
—¡Se va a casar!
—¿Y eso qué tiene de raro?
—Con un muchacho de veinticinco años.