¿Qué pasaría si toda tu vida hubieras creído que el amor no era para ti? La historia de Alejandro Herrera te partirá el corazón antes de sanarlo completamente. A los 40 años, este hombre con discapacidad motriz había aceptado una vida de soledad después de décadas de rechazo y humillación. vivía aislado en una casa en las montañas, convencido de que ninguna mujer podría amarlo. Pero una noche de tormenta, cuando Elena Castillo tocó su puerta pidiendo refugio, comenzaría la transformación más hermosa y dolorosa de su vida.

Una historia sobre vulnerabilidad, prejuicios y como el amor verdadero puede florecer en los lugares más inesperados. Alejandro Herrera se despertaba cada mañana a las 6 de la mañana en su casa de madera ubicada en lo alto de la Sierra Madre a 2 horas del pueblo más cercano. Era una rutina que había perfeccionado durante los últimos 8 años: café negro, revisión del pronóstico del tiempo, alimentar a sus tres perros rescatados y comenzar su trabajo como programador frelance desde la soledad de su estudio.

A los 40 años, Alejandro tenía parálisis cerebral que afectaba principalmente el lado derecho de su cuerpo. caminaba con una cojera pronunciada. Su brazo derecho tenía movilidad limitada y su habla, aunque clara, tenía un ritmo diferente que hacía que algunas personas perdieran la paciencia al escucharlo. Pero lo que realmente lo había marcado no era su condición física, sino las décadas de rechazo y crueldad que había enfrentado por ella. La herida más profunda se había abierto a los 25 años.

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Alejandro trabajaba entonces en una empresa de tecnología en la ciudad de México, donde había conocido a Patricia, una compañera de trabajo que parecía verlo más allá de su discapacidad. Durante meses construyeron una amistad que Alejandro había confundido con algo más profundo. El día que finalmente se armó de valor para invitarla a cenar, la respuesta de Patricia lo destrozó. Alejandro, eres muy dulce, pero yo no podría estar con alguien como tú. ¿Qué dirían mis amigas? Mi familia. entiéndelo, por favor.

Pero la humillación no terminó ahí. Al día siguiente, Alejandro descubrió que Patricia había contado la conversación a varios colegas, quienes lo miraban con una mezcla de lástima y burla. Los rumores se extendieron y pronto se convirtió en el objeto de chistes susurrados y miradas incómodas. El pobre Alejandro se cree que puede conquistar mujeres normales. Había escuchado decir a alguien en el elevador. Esa experiencia había sido la gota que derramó el vaso. Durante su adolescencia y juventud temprana, Alejandro había enfrentado múltiples rechazos similares.

Mujeres que lo veían como el amigo dulce, pero nunca como una opción romántica. compañeras de universidad que aceptaban su ayuda con tareas, pero se reían con sus amigas sobre el chico raro que cree que tiene oportunidad conmigo. Su familia, aunque lo amaba, no había ayudado con su autoestima. Su madre, doña Mercedes, constantemente lo consolaba, diciéndole, “Mi hijo, Dios tiene planes especiales para ti. No todos están destinados para el matrimonio.” Su padre había sido más directo. Alejandro, cancret en tu carrera.

Las mujeres, bueno, son complicadas para hombres como nosotros. La frase hombres como nosotros se había quedado grabada en su mente como una sentencia. Su padre no tenía discapacidad, pero había proyectado sus propias inseguridades sobre su hijo, reforzando la idea de que Alejandro era fundamentalmente diferente, menos deseable. Después de incidente con Patricia, Alejandra había tomado la decisión más drástica de su vida. Se mudaría lejos de todo y todos. usó sus ahorros para comprar la casa en la montaña, un refugio donde no tendría que enfrentar miradas de lástima, susurros a sus espaldas o la constante sensación de ser visto como menos que los demás.

Durante 8 años había construido una vida cuidadosamente aislada. Trabajaba para clientes internacionales por internet, pedía suministros en línea y sus únicos compañeros eran sus perros. Bruno, un pastor alemán ciego que había rescatado. Luna, una mestiza de tres patas y Coco, un bearle sordo. Era irónico. Pensaba a menudo que los únicos seres que lo amaban incondicionalmente también tuvieran discapacidades. Su rutina era predecible y segura. No había rechazos porque no había intent. No había humillación porque no había exposición.

Pero tampoco había alegría real, risas compartidas o la calidez de una conexión humana genuina. Esa noche de noviembre, mientras la tormenta más fuerte en años se acercaba a la montaña, Alejandro no tenía idea de que su mundo cuidadosamente construido estaba a punto de ser transformado por una mujer que vería en lo que la había dejado de ver en sí mismo. Un hombre digno de amor. Elena Castillo nunca había planeado estar perdida en una montaña durante la peor tormenta del año.